miércoles, febrero 28, 2007

La luna de mi casa


La foto es de midnight_trucker


La luna desde el patio de mi casa no es cosa del otro mundo.
La luna que es de aquí es sencilla, sin aspavientos ni aires de grandeza.
Esa luna que veo desde este patio es blanca, con motitas grises que semejan un conejo.

La luna blanca que se asoma al patio de mi casa
es también redonda, con un pedacito menos, como si alguien la hubiera mordido.
La luna que ilumina este lugarcito del mundo no es perfecta como dicen los poetas.
Es sencilla, casi redonda, blanca, con un conejo y a veces me sonríe.
Esta luna de la que hablo es quizá como la tuya, la que visita tu casa o tu camino.
Es tal vez igual a la que ves todos los días o casi.

Pero esta luna tiene algo distinto.

Esta luna viene a visitar mi casa y mi casa es donde nacen mis sueños y mis cariños.
Es la luna que entra por mi ventana o se pasea por el patio de mi casa,
la que dio en la cara de mi hija recién nacida,
y la que iluminó una noche de amor y regocijo.

Y mi casa es el lugar que llamo refugio y también llamo cobijo.

Blas Torillo.

domingo, febrero 25, 2007

Declaración de amor



Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.

Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!

Efraín Huerta.

miércoles, febrero 14, 2007

Los amorosos



Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.

Jaime Sabines.

domingo, febrero 11, 2007

La vida



La vida es agua entre los dedos.

La vida eres tú, mis pensamientos, nuestras sonrisas juntos, el olor de tu cabello llenándome el espacio, tus pies diciéndome el camino, la vida son tus ojos que se ríen, es tu talle en mi abrazo, tus lágrimas y tus sollozos, la vida es tu música en mi mente, tus venas en las mías, tus palabras en mis libros, el suelo que pisas en mis pasos, la vida es mi edad en tu cobijo, tu emoción en mi descanso, tu sabor en mi recuerdo, la vida es el sonido de tu voz, el pan que compartimos, el tiempo en nuestras noches, la esperanza de verte cada día.

La vida es el viento en mi rostro.

La vida.

Blas Torillo.

viernes, febrero 09, 2007

A veces...



A veces te me apareces de repente en los recuerdos
Una canción, una calle, una frase, una foto
Te me apareces como si no hubiera pasado el tiempo
Como si jamás y la muerte no existieran
Y en medio de cualquier lugar, tu rostro

Tus manos se ven sobre las mías
Y de vez en vez un regaño o un consejo
O una de tus sonrisas en mi mente
Tu paso a mi lado, rápido y firme, y tus manos

A veces te me apareces como diciendo
No te preocupes más hijo.
No tengas miedo ni escalofríos
No tengas dudas: Estoy aquí y estaré

A veces papá, estás aquí
Tu rostro, tus sonrisas y tus palabras
Tus manos fuertes sobre las mías
En las mías... y sé que aún cuidas de mí

Blas Torillo.