viernes, diciembre 29, 2006
El año nuevo puede comenzar cualquier día.
El hecho es que vivimos en el tercer planeta de un sistema solar de una sola estrella, por demás común.
Desde nuestra perspectiva es un gigante, pero desde la perspectiva cósmica es una motita de polvo ya no digamos en el universo, sino en “nuestra” propia galaxia.
Y este planeta da una vuelta alrededor de su estrella en un período que le alcanza para dar 365 vueltas y tantito sobre sí mismo.
Las posibilidades de que esto fuera de otra manera son incalculables. Esa vuelta alrededor de su sol podría durar pocos meses, como en el caso de Mercurio o cientos de años como en el caso de Neptuno. Y demás está decir que la cantidad de vueltas que sobre su eje podría dar este planeta nuestro, podría ser mayor o menor, digamos una sola (como en el caso de la luna alrededor de la Tierra) o de decenas o centenas más que los 365 y tantito que nos tocan.
Decía que para nosotros es sumamente importante que demos 365 y poco más de vueltas en lo que completamos una sola alrededor del sol, porque así es como hemos aprendido a medir el tiempo.
Culturas de un lado y de otro, desde luego después de muchos años, siglos quizá de observaciones del cielo, han, hemos, llegado a la misma conclusión.
Entre el lugar en el horizonte por el que “sale” el sol, y los efectos de su presencia en los ciclos de la naturaleza, sabemos que es bueno que un año dure un año y que siempre sean 365 vueltas y poco más las que damos con todo y planeta en ese período.
¿Por qué entonces no podría comenzar el año nuevo en cualquier día?
Existen desde luego los equinoccios (que son los días que tienen el mismo tiempo de luz que de oscuridad) y los solsticios (cuando el día o la noche son los más largos del año) y estos cuatro días en el año podrían considerarse el principio del ciclo.
También están los hechos históricos de nuestra maravillosa e infinitamente pequeña especie. Desde los acontecimientos que fueron importantes para los mayas, los egipcios, los chinos o los incas, hasta los que han dado origen o representan sucesos trascendentes en las religiones actuales, como el nacimiento de Cristo o el viaje de Mahoma de la Meca a Medina, la transformación de Buda o la celebración China de un nuevo ciclo anual. También están los hechos que nos han marcado de uno u otro modo, desde los sociales hasta los personales. Las guerras, las paces, los nacimientos y las muertes, las uniones y las desuniones.
¿Por qué tenemos que esperarnos a que el calendario (el occidental, por supuesto, con sus antecedentes romanos y medievales), diga que esto se acabó, para reflexionar sobre lo que nos ha pasado en ésta, la más reciente vuelta de “nuestro” planeta alrededor de “nuestro” sol?
¿Por qué no reflexionar hoy o mañana o dentro de 56 días o dentro de 7 meses y medio o dentro de 11 meses y 8 días, sobre lo que hemos hecho con nuestras vidas?
¿Por qué no pensar hoy, ahora mismo, ahorita, como decimos en México, si hemos hecho todo lo posible por que las personas con las que vivimos, empezando por nosotros mismos, sean un poquito más felices que antes?
¿Si hemos ayudado a los demás a encontrar las respuestas que buscaban o si les hemos dado aunque sea parte de “nuestro” tiempo para escucharlas, (porque muchas veces es más importante ser una “orejota” que una “bocota”)?
¿Por qué no hoy, preguntarnos si hemos podido nosotros ser mejores personas, en función de nuestra convivencia y no de nuestra conveniencia?
¿Por qué no hoy?
¿Para qué esperar hasta dentro de unas horas, si puedes comenzar a evaluar, a corregir y a hacer algo por los demás y por ti mismo desde este momento?
¿Por qué no reflexionar todos los días, en la mañana, en la tarde y antes de dormir sobre la utilidad de nuestra vida, de nuestros pensamientos, de nuestros actos para hacer de este mundo un mejor lugar por los que en él vivimos?
¿Es que nos vamos a dejar vencer por las casualidades cósmicas que nos tocó vivir o por las arbitrariedades culturales que hemos diseñado?
¿Por qué no ahora comenzamos a ser mejores personas?
¿Por qué no ahorita?
Blas Torillo.
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miércoles, diciembre 20, 2006
¡Feliz Navidad!
Sonrían (aunque tengan ganas de llorar). Concéntrense en su familia (aunque estén pensando en otra cosa). No beban "hasta el primitivismo", mantengan la conciencia (aunque quieran pornerse hasta atrás). Coman rico, pero con moderación (para que no sufran el 25).
Pero sobre todo, no olviden el espíritu 24 horas después. Ojalá que el amor que los rodea (aunque no se den cuenta o aunque no lo quieran reconocer), les de fuerza para hacer de sus vidas, mejores vidas, de sus personas, mejores personas, de sus sentimientos, mejores sentimientos y de sus compromisos, algo más profundo, más serio y de más largo plazo.
A los nuevos amigos en el internet, un abrazo, con ganas y alegría.
A mis amigos de siempre, las gracias por estar en mi vida (aunque tenga mucho que no nos veamos).
A mi familia, los quiero mucho a todos.
PS. Lloren poquito, si van a llorar, porque hay poco tiempo para sonreír de frente a quienes amamos.
Besos y abrazos
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domingo, diciembre 17, 2006
Yo Netzahualcoyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe.
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Netzahualcóyotl - Coyote hambriento-
(1391 o 1402 - 1472).
Gobernante y poeta tezcocano.
martes, diciembre 12, 2006
Hija
Voy a hacer un poema con la voz del viento
un poema con la luz de Navidad
con la música de la noche
Hija.
Voy a hacer una canción con el poder del sol
una canción con las estrellas del cielo
con el calor de mediodía
Hija.
Voy a hacer un camino suave con mis lágrimas
un camino con mi trabajo
con mi alegría
Hija.
Voy a hacer un hogar feliz con tu madre a mi lado
un hogar feliz con nuestros besos
con el amor que nos sentimos
Hija.
Voy a hacer un hombre de mí con tu presencia
un hombre de mí con la mujer de ti.
con mis dos amores.
Hija:
Voy a hacerte feliz, plena, serena y amada
con mi vida
Hija...
Hijita mía.
Blas Torillo.
un poema con la luz de Navidad
con la música de la noche
Hija.
Voy a hacer una canción con el poder del sol
una canción con las estrellas del cielo
con el calor de mediodía
Hija.
Voy a hacer un camino suave con mis lágrimas
un camino con mi trabajo
con mi alegría
Hija.
Voy a hacer un hogar feliz con tu madre a mi lado
un hogar feliz con nuestros besos
con el amor que nos sentimos
Hija.
Voy a hacer un hombre de mí con tu presencia
un hombre de mí con la mujer de ti.
con mis dos amores.
Hija:
Voy a hacerte feliz, plena, serena y amada
con mi vida
Hija...
Hijita mía.
Blas Torillo.
domingo, diciembre 10, 2006
Oli Bere: 15 años
Hoy cumples 15 años, hija.
Y lo único que se me ocurre decirte es que te amo más de lo que alguna vez supuse, pensé, creí, que se podría amar.
Mucho más.
Sábete que estaré ahí siempre, junto a ti, cada vez que lo requieras.
Te dejo aquí también todos los besos que alguna vez tendrás que usar, para sanar el alma o para compartir tus alegrías.
Sábete que tu mamá también estará, pase lo que pase.
Porque lo único que tenías que hacer para que te amáramos, amemos así, es ser nuestra hija.
Nada más.
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martes, diciembre 05, 2006
Sin comas
Aún falta una hora para que acabe el día y ya quiero que acabe por ser más próximos los tres.
Aún falta una hora y la vida se me escapa y las lágrimas resbalan y leyendo que cambian los estilos quiero decirte que la razón es que tu amor madura mis sentidos y alimenta mis sentimientos y quiero decirte cada vez más cosas sin pausa y sin misterio sin comas y sin miedos que tu amor madura lo de hombre que tengo y me hace padre papá de lo imposible que es tener una hija como la nuestra que todo lo aprende y quiero que sepa ella que es destino del amor que nos une y que llevamos dentro.
Sólo han pasado diez minutos y el amor que les tengo me consume el tedio.
Blas Torillo.
martes, noviembre 28, 2006
Soy
Soy un poco viejo y un poco lento,
un poco torpe y un poco tierno,
un poco calmo y un poco serio,
un poco lúcido y un poco listo.
Soy un poco curiosidad y un poco miedo,
un poco incertidumbre y un poco decisión,
un poco pertenencia y un poco libertad,
un poco caballero y un poco rufián.
Soy un poco sed y un poco hambre,
un poco conciencia y un poco audacia,
un poco pensamiento y un poco servicio,
un poco horas y un poco aliento.
Soy un poco lluvia y un poco cielo,
un poco sueños y un poco adulto,
un poco canción y un poco susurro,
un poco letras y un poco pensamientos.
Soy un poco cana y un poco panza,
un poco distracción y un poco cansancio,
un poco tarea y un poco sueño,
un poco atención y un poco juego.
Soy un poco música y un poco silencios,
un poco poema y un poco grosería,
un poco papel y un poco lápiz,
un poco idea y un poco duda.
Soy un poco sonrisa y un poco lágrima,
un poco lamento y un poco alegría,
un poco cariño y un poco olvido,
un poco añoranza y un poco futuro.
Soy un poco amigo y un poco desmemoria,
un poco naturaleza y un poco plástico,
un poco maestro y un poco alumno,
un poco libro y un poco ojo.
Soy un poco hacer y un poco deshacer,
un poco provocación y un poco paraíso,
un poco temeridad y un poco pecado,
un poco salvación y un poco esperanza.
Soy un poco historia y un poco proyecto,
un poco años y un poco nacimiento,
un poco tardanza y un poco adelanto,
un poco caricias y un poco olvidos.
Soy un poco lo que he querido ser y un poco fracaso,
un poco nubes y un poco claridad,
un poco noche y un poco luz,
un poco mano y un poco rechazo.
Soy un poco escrito y un poco lectura,
un poco soledad y un poco ustedes,
un poco visiones y un poco desvaríos,
un poco locura y un poco quietud.
Soy un poco oportunidad y un poco desperdicio,
un poco perdón y un poco venganza,
un poco verdad y un poco pretexto,
un poco mi querencia y un poco extranjero.
Soy un poco beso y un poco bofetada,
un poco error y un poco suerte,
un poco herida y un poco refugio,
un poco sangre y un poco agua.
Soy un poco decir y un poco entendimiento,
un poco posibilidad y un poco deseo,
un poco amanecer y un poco puesta,
un poco hombro y un poco abrazo.
Soy un poco dedos y un poco palabras,
un poco sensación y un poco paisaje,
un poco selva y un poco montaña,
un poco caminata y un poco reposo.
Soy un poco voz y un poco sonido,
un poco oído y un poco lejanía,
un poco temblor de manos y un poco regazo,
un poco arcaico y un poco juventud.
Soy un poco sorpresa y un poco certeza,
un poco colina y un poco valle,
un poco mar y un poco azul
un poco árbol y un poco nido.
Soy un poco ola y un poco perseverancia,
un poco arena y un poco resistencia,
un poco manzana y un poco raíz,
un poco segundo y un poco instante.
Soy un poco trono y un poco pueblo,
un poco turba y un poco dictador,
un poco pobreza y un poco angustia,
un poco solidaridad y un poco injusticia.
Soy un poco imperio y un poco colonia,
un poco fortaleza y un poco sitio,
un poco alhóndiga y un poco silo,
un poco puente y un poco aduana.
Soy un poco película y un poco fotografía,
un poco ciencia y un poco alquimia,
un poco magia y un poco truco,
un poco aldaba y un poco laberinto.
Soy un poco ironía y un poco sentencia,
un poco acorde y un poco disonancia,
un poco piel y un poco transparencia,
un poco mirada y un poco rasguño.
Soy un poco aventura y un poco hogar,
un poco noche y un poco aurora,
un poco valor y un poco explicación,
un poco fantasía y un poco dolor de muelas.
Soy un poco testigo y un poco condenado,
un poco regalo y un poco dolor,
un poco sufrimiento y un poco juramento,
un poco compañía y un poco cobardía.
Soy un poco pie y un poco destino,
un poco felicidad y un poco cosas,
un poco teléfono y un poco desidia,
un poco llanto y un poco lo que no sé.
Soy un poco sigilo y un poco carnaval,
un poco instrumento y un poco intérprete,
un poco realidad y un poco texto,
un poco ayer y un poco este momento.
Soy un poco todo y un poco nada.
Soy un poco vida y un poco fe.
Soy un poco tiempo y un poco eternidad.
Soy un poco amor y un poco tú.
Soy yo.
Blas Torillo.
José Luis Borges. De la creación literaria.
Conferencia en francés dictada por Jorge Luis Borges en el Collège de France en 1983.
Me piden que hable de la creación poética.
La creación poética (...) parte de la memoria y la memoria está hecha sobre todo de olvido; ya que la memoria, como dijo Bergson, escoge lo que quiere o debe olvidar. Yo escribí un cuento sobre un hombre abrumado por una memoria infinita, ese cuento se llama "Funes el memorioso". Felizmente nuestra memoria no es infinita, uno puede olvidar, uno puede inventar. Y todavía hay otro hecho: que cada lengua es una tradición, una tradición literaria y poética. Yo no estoy seguro de que la palabra lune, por ejemplo, en latín, en español, en italiano, en portugués o en rumano sea la misma palabra que la palabra lune en francés. La palabra lune es más fina y además es una sílaba, como esa palabra inglesa, muy larga, moon.
Todas esas palabras no significan lo mismo, todas esas palabras corresponden a una literatura anterior, es decir, si digo lune hay que pensar que esa palabra ha pasado por Verlaine, que la palabra moon ha pasado por Shakespeare y que la palabra "luna" ha pasado por Virgilio; entonces, cada lengua es una tradición.
Con relación a la creación poética he leído algunos libros de estética, conozco mi Aristóteles, mi Benedetto Croce, por ejemplo, pero he preferido leer las reflexiones de los escritores. Sé que hay dos teorías extremas de la poesía. La primera, que sería la segunda en el tiempo, sería la de aquel gran poeta romántico, Edgar Allan Poe, al cual todos debemos alguna cosa, como a Walt Whitman. La teoría de Poe, que él ha expresado en su Filosofía de la composición, es que la poesía, la creación poética, es un acto intelectual. Bien, yo estoy seguro de que él se equivoca. El tomó su propio poema, un poema que ha sido bien mejorado por sus traductores, por Baudelaire, por Mallarmé —"El cuervo"—, un poema bastante mediocre en inglés, y explicó cómo llegó a ese resultado. Según él, comenzó por la idea del refrán; la importancia, la fuerza estética del refrán. Entonces pensó: los dos sonidos más sonoros de la lengua inglesa son [eer] y [oor], entonces llegó, inmediatamente, según él, a la palabra nevermore y después pensó: es bastante extraño que un ser dotado de razón repita continuamente la misma palabra, entonces pensó en un animal, pensó en un loro, pero en fin... la dignidad poética le hacía falta. El leía en ese tiempo Barnaby Rudge de Dickens y ahí encontró un cuervo, entonces el cuervo le sugirió el busto de Palas, el busto le sugirió una biblioteca y siguió así, por un sólido razonamiento, hasta la escritura de su bastante mediocre poema "El cuervo". Según él, comenzó por el último verso, Shall be lifted nevermore!, y después escribió el resto para llegar a ese fin, un poco melancólico, diría yo. Y bien, esta teoría de la composición poética como un acto intelectual, como una serie de razonamientos y de silogismos es, me parece, del todo inexultable. Es extraño que esa idea clásica sea la obra de un gran escritor romántico, como lo era sin duda Edgar Allan Poe, sobre todo siendo que él no escribía versos sino maravillosas fábulas en prosa, por ejemplo, Las aventuras de Arthur Gordon Pym.
Y tenemos la otra idea. Es la antigua idea de la inspiración. Esa palabra es demasiado grandiosa para mí, pero ¿por qué no aceptarla durante el curso de esta charla?... Y bien, la idea de la inspiración es la idea del poeta como secretario, digamos: como alguien que recibe el dictado de una fuerza desconocida. Entonces. los griegos pensaban en las musas, los hebreos pensaban en los reyes, en el espíritu... Esa idea es más posible. Se puede pensar también en lo que el gran poeta irlandés William Butler Yeats llamaba great memory, la idea de que en cada uno de nosotros yace la memoria de nuestros ancestros. Somos infinitos. Entonces el poeta no se puede reducir a su realidad personal y recibe cuando escribe esa gran memoria. Se podría pensar también en los arquetipos platónicos, eso sería lo mismo; es decir, uno tiene todo y uno lo expresa.
Y bien, eso puede aceptarse o no. Una cosa es más verosímil que la otra. Yo quisiera hablar de mi larga experiencia, mi modesta experiencia. Yo pasé... yo consagré toda mi vida a la literatura. Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir: yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien quizá me dio esa idea. Y bien, sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y escribiendo, y tal vez publicando, pero eso no es importante, no hace parte de un destino literario, pero en fin... yo hice eso. Hice lo posible, no por leer todos los libros, como decía Mallarmé, sino, en fin, para leer los libros que me gustaban. Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil. Entonces voy a contarles, puesto que estamos hablando de una manera tranquila, espero, mis experiencias personales. Y bien, yo camino por las calles de Buenos Aires, por la Biblioteca Nacional, que dirigí hace un tiempo y que dejé después, y, de pronto, siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre esas dos cosas. Hago lo que puedo. Después siento que esa idea exige, digamos, un cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después...
Las teorías pueden ser útiles para estimular la poesía. Por ejemplo, yo no creo en la democracia, es una cuestión estadística para mí. Pero esa idea ha hecho de Whitman un gran poeta. La idea de la democracia, esa extraña idea de escribir un libro con un personaje... un triple personaje, una suerte de trinidad. Pues el Walt Whitman de Hojas de hierba es el periodista Walt Whitman que lo escribe; una imagen muy magnificada de su propia vida y esta idea es genial... Es decir que cada lector es un poco Walt Whitman, Walt Whitman se dirige a él; cuando uno lee el libro piensa haberlo escrito de una cierta manera. Y hay un hecho que quisiera señalar, bastante extraño, y es que todo el mundo imitó el resultado de Walt Whitman. Todo el mundo; por ejemplo, Lee Masters, por ejemplo, Neruda, por ejemplo, Carl Sandburg —puede ser su mejor discípulo americano—, en fin... todo el mundo imitó aquello a lo cual él llegó, pero nadie ha repetido esa extraña experiencia de un héroe que fue tres personas: el escritor; una imagen glorificada del escritor y el lector. Y bien, ésa es una manera de trabajar.
Pero, a veces, mi punto de partida fue un texto cualquiera, ya que, entre las experiencias humanas, quizá una de las más bellas, una que asegura la felicidad de una cierta manera, es, como lo sabemos todos, la lectura. O, como decía Emerson, otro gran poeta: la poesía nace de la poesía; o, lo que yo dije anteriormente: la poesía nace del lenguaje, pues cada lenguaje es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una literatura posible, incluso si no llega a serlo. Y bien, ésa es para mí otra manera de la creación poética.
Pero hay otra manera que yo he empleado para mis modestos fines, esa manera es una reflexión cualquiera. Por ejemplo, la palabra "inolvidable", que yo pensé en inglés, un-for-get-table. Bien... Comencé por esa palabra. Me dije: todos los días empleamos la palabra "inolvidable"... pero si algo fuera inolvidable ¿qué pasaría? Uno no podría pensar en otra cosa. Si alguna cosa fuera continuamente inolvidable, entonces uno se volvería loco. Ese fue mi punto de partida para una historia que yo escribí, puede ser que ustedes la hayan leído... se llama "El zahir". Es una moneda de veinte centavos que es inolvidable. El hombre que la ha visto se vuelve loco al cabo de algunas páginas. Es un cuento bastante corto. Y en otra ocasión, partí de una reflexión abstracta también. Pensé en esa admirable invención teológica de la eternidad. Me dije: en la noción de eternidad se piensa que hay un momento, un momento divino evidentemente —no pertenece al hombre sino a la divinidad—, hay un momento donde se encuentran todos los momentos del tiempo, es decir, en un simple momento de la divinidad se encuentra todo el pasado, todo el presente y todo el porvenir. Y bien, pensé en una categoría más modesta que el tiempo, el espacio. Uno puede imaginar, por qué no imaginar, que en alguna parte hay un rincón donde se encuentran todos los rincones del universo, entonces escribí una historia que quizá ustedes han leído, "El aleph": yo no sé si es un buen cuento o no, ya mucha gente lo ha leído y lo han encontrado... legible, digamos.
Y bien, mi punto de partida, en esos dos cuentos, han sido esas dos ideas no muy interesantes, no muy nuevas que yo sepa. Y además hay otra cosa: cada vez que escribí sentí la emoción, la emoción de mi vida: yo creo que no se puede escribir sin emoción. sin pasión. La idea de la poesía como chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una idea falsa. Y además. cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en un hombre de letras esto pide una forma (...)
En La Odisea se lee que los dioses dan desgracias a los hombres para que las generaciones siguientes tengan algo que cantar. Veinticinco siglos después, Mallarmé pensó lo mismo, pero él pensó en términos de un libro, dijo: "Tout abouti à un livre", es la misma idea, la idea de que nuestras experiencias son hechas para el arte, son hechas para hacer otras formas de arte. En este arte encontramos a primera vista que quizá el infortunio es más rico que la felicidad, la derrota es más rica que la victoria. La derrota puede hacernos pensar, mientras que en la victoria se mezclan las interjecciones, la vanidad: entonces el infortunio es mejor. Ciertamente todos tenemos nuestra parte de felicidad y de infortunio: pero la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que el infortunio debe ser transformado en otra cosa. Es decir, el infortunio sería la materia del arte, o también la nostalgia, la nostalgia está ligada a una felicidad perdida, a un paraíso perdido.
Hay un gran poeta en España en el presente, el gran poeta Jorge Guillén, que quizá es el único que haya cantado la felicidad presente. No la felicidad como el paraíso perdido, sino como si él estuviera en el paraíso. Yo no conozco ningún otro poeta que haya hecho eso. Whitman hace lo posible por cantar la felicidad, pero uno siente que él era un hombre triste, solo, y que su felicidad es un deber que él se impuso, que su felicidad es una faena, digamos.
Yo comencé, como todos los escritores, siendo barroco. Eso es una forma de timidez. Comencé siendo sorprendente y genio. En el presente sé que no lo soy. Yo quería ser Quevedo o sir Thomas Browne o Leopoldo Lugones y tantos otros... en el presente yo me resigno a ser Borges. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Parece que, como yo, la gente se ha resignado a esto y yo puedo ser Borges sin correr ningún peligro.
Yo estoy muy sorprendido de encontrarme aquí con ustedes. Es una forma de felicidad a la cual yo nunca había aspirado o en la cual yo nunca habría pensado. Alfonso Reyes me dijo una vez: nosotros publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores. Eso es verdad. Cuando publico un libro lo olvido, lo olvido holgadamente. Cuando me dicen, y es una noticia sorprendente para mí, que hay bibliotecas enteras escritas sobre mí... yo no he leído ni un solo libro... yo continúo pensando en el futuro... pienso que es enfermizo pensar en el pasado, pensar en aquello que uno ha escrito. En el presente, pienso en mis libros futuros. Tengo 83 años, entonces mi futuro no es verdaderamente grande pero, con todo, trato de mirar hacia adelante y no hacia atrás pues eso es enfermizo.
Cuando yo era joven era barroco, buscaba palabras muy antiguas o trataba de forjar palabras: en el presente intento interferir lo menos posible en lo que escribo. Es decir, escribo... dejo la página de lado, la releo al cabo de algún tiempo, suprimo todas las palabras o frases que puedan sorprender al lector. Trato de que eso resbale e incluso estoy obligado a veces a dar esa impresión aunque yo sepa que eso nunca ha resbalado, y a cambiar y a corregir, y a corregir mi corrección, y así de continuo... Pero yo quiero que el lector, cuando lea mis libros (...) los mejores son El libro de arena, El informe de Brodie, La cifra. Son mis mejores libros, se pueden olvidar los otros ampliamente, yo lo he hecho. Yo pienso que alguien que no ha leído nada puede comenzar por La cifra, en la poesía, y por El libro de arena, en la prosa.
En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente. Es decir, yo no tengo estética, no busco los temas, los temas me buscan, yo intento detenerlos pero al final ellos me encuentran, entonces hay que escribir para quedarse tranquilo (...) En ese momento yo publico o no. En general lo hago para quedar libre de los borradores, como decía Reyes. Pero creo que cada tema tiene su estética. Cada tema nos dice si él quiere que lo escriba en verso, en forma clásica, en verso libre, en prosa... creo que la estética es dada a cada tema. Hay temas que exigen una novela, esos no me han visitado, no creo que escriba una novela, he leído pocas novelas, he escrito demasiados cuentos, quizá, y bastantes poemas también. Y, lo repito, intento sobre todo ser legible. No pienso en el lector salvo en el sentido de que intento que la lectura sea fácil y, si es posible, agradable.
Pero quizá he hablado demasiado. Quizá la ocasión, las palabras que he dicho, no son más que un punto de partida para las preguntas. Estaré muy contento de responder a sus preguntas. Les prometo una sola cosa: la sinceridad, no puedo prometer otra cosa además de eso... En fin, amigos, gracias.
Me piden que hable de la creación poética.
La creación poética (...) parte de la memoria y la memoria está hecha sobre todo de olvido; ya que la memoria, como dijo Bergson, escoge lo que quiere o debe olvidar. Yo escribí un cuento sobre un hombre abrumado por una memoria infinita, ese cuento se llama "Funes el memorioso". Felizmente nuestra memoria no es infinita, uno puede olvidar, uno puede inventar. Y todavía hay otro hecho: que cada lengua es una tradición, una tradición literaria y poética. Yo no estoy seguro de que la palabra lune, por ejemplo, en latín, en español, en italiano, en portugués o en rumano sea la misma palabra que la palabra lune en francés. La palabra lune es más fina y además es una sílaba, como esa palabra inglesa, muy larga, moon.
Todas esas palabras no significan lo mismo, todas esas palabras corresponden a una literatura anterior, es decir, si digo lune hay que pensar que esa palabra ha pasado por Verlaine, que la palabra moon ha pasado por Shakespeare y que la palabra "luna" ha pasado por Virgilio; entonces, cada lengua es una tradición.
Con relación a la creación poética he leído algunos libros de estética, conozco mi Aristóteles, mi Benedetto Croce, por ejemplo, pero he preferido leer las reflexiones de los escritores. Sé que hay dos teorías extremas de la poesía. La primera, que sería la segunda en el tiempo, sería la de aquel gran poeta romántico, Edgar Allan Poe, al cual todos debemos alguna cosa, como a Walt Whitman. La teoría de Poe, que él ha expresado en su Filosofía de la composición, es que la poesía, la creación poética, es un acto intelectual. Bien, yo estoy seguro de que él se equivoca. El tomó su propio poema, un poema que ha sido bien mejorado por sus traductores, por Baudelaire, por Mallarmé —"El cuervo"—, un poema bastante mediocre en inglés, y explicó cómo llegó a ese resultado. Según él, comenzó por la idea del refrán; la importancia, la fuerza estética del refrán. Entonces pensó: los dos sonidos más sonoros de la lengua inglesa son [eer] y [oor], entonces llegó, inmediatamente, según él, a la palabra nevermore y después pensó: es bastante extraño que un ser dotado de razón repita continuamente la misma palabra, entonces pensó en un animal, pensó en un loro, pero en fin... la dignidad poética le hacía falta. El leía en ese tiempo Barnaby Rudge de Dickens y ahí encontró un cuervo, entonces el cuervo le sugirió el busto de Palas, el busto le sugirió una biblioteca y siguió así, por un sólido razonamiento, hasta la escritura de su bastante mediocre poema "El cuervo". Según él, comenzó por el último verso, Shall be lifted nevermore!, y después escribió el resto para llegar a ese fin, un poco melancólico, diría yo. Y bien, esta teoría de la composición poética como un acto intelectual, como una serie de razonamientos y de silogismos es, me parece, del todo inexultable. Es extraño que esa idea clásica sea la obra de un gran escritor romántico, como lo era sin duda Edgar Allan Poe, sobre todo siendo que él no escribía versos sino maravillosas fábulas en prosa, por ejemplo, Las aventuras de Arthur Gordon Pym.
Y tenemos la otra idea. Es la antigua idea de la inspiración. Esa palabra es demasiado grandiosa para mí, pero ¿por qué no aceptarla durante el curso de esta charla?... Y bien, la idea de la inspiración es la idea del poeta como secretario, digamos: como alguien que recibe el dictado de una fuerza desconocida. Entonces. los griegos pensaban en las musas, los hebreos pensaban en los reyes, en el espíritu... Esa idea es más posible. Se puede pensar también en lo que el gran poeta irlandés William Butler Yeats llamaba great memory, la idea de que en cada uno de nosotros yace la memoria de nuestros ancestros. Somos infinitos. Entonces el poeta no se puede reducir a su realidad personal y recibe cuando escribe esa gran memoria. Se podría pensar también en los arquetipos platónicos, eso sería lo mismo; es decir, uno tiene todo y uno lo expresa.
Y bien, eso puede aceptarse o no. Una cosa es más verosímil que la otra. Yo quisiera hablar de mi larga experiencia, mi modesta experiencia. Yo pasé... yo consagré toda mi vida a la literatura. Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir: yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien quizá me dio esa idea. Y bien, sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y escribiendo, y tal vez publicando, pero eso no es importante, no hace parte de un destino literario, pero en fin... yo hice eso. Hice lo posible, no por leer todos los libros, como decía Mallarmé, sino, en fin, para leer los libros que me gustaban. Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil. Entonces voy a contarles, puesto que estamos hablando de una manera tranquila, espero, mis experiencias personales. Y bien, yo camino por las calles de Buenos Aires, por la Biblioteca Nacional, que dirigí hace un tiempo y que dejé después, y, de pronto, siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre esas dos cosas. Hago lo que puedo. Después siento que esa idea exige, digamos, un cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después...
Las teorías pueden ser útiles para estimular la poesía. Por ejemplo, yo no creo en la democracia, es una cuestión estadística para mí. Pero esa idea ha hecho de Whitman un gran poeta. La idea de la democracia, esa extraña idea de escribir un libro con un personaje... un triple personaje, una suerte de trinidad. Pues el Walt Whitman de Hojas de hierba es el periodista Walt Whitman que lo escribe; una imagen muy magnificada de su propia vida y esta idea es genial... Es decir que cada lector es un poco Walt Whitman, Walt Whitman se dirige a él; cuando uno lee el libro piensa haberlo escrito de una cierta manera. Y hay un hecho que quisiera señalar, bastante extraño, y es que todo el mundo imitó el resultado de Walt Whitman. Todo el mundo; por ejemplo, Lee Masters, por ejemplo, Neruda, por ejemplo, Carl Sandburg —puede ser su mejor discípulo americano—, en fin... todo el mundo imitó aquello a lo cual él llegó, pero nadie ha repetido esa extraña experiencia de un héroe que fue tres personas: el escritor; una imagen glorificada del escritor y el lector. Y bien, ésa es una manera de trabajar.
Pero, a veces, mi punto de partida fue un texto cualquiera, ya que, entre las experiencias humanas, quizá una de las más bellas, una que asegura la felicidad de una cierta manera, es, como lo sabemos todos, la lectura. O, como decía Emerson, otro gran poeta: la poesía nace de la poesía; o, lo que yo dije anteriormente: la poesía nace del lenguaje, pues cada lenguaje es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una literatura posible, incluso si no llega a serlo. Y bien, ésa es para mí otra manera de la creación poética.
Pero hay otra manera que yo he empleado para mis modestos fines, esa manera es una reflexión cualquiera. Por ejemplo, la palabra "inolvidable", que yo pensé en inglés, un-for-get-table. Bien... Comencé por esa palabra. Me dije: todos los días empleamos la palabra "inolvidable"... pero si algo fuera inolvidable ¿qué pasaría? Uno no podría pensar en otra cosa. Si alguna cosa fuera continuamente inolvidable, entonces uno se volvería loco. Ese fue mi punto de partida para una historia que yo escribí, puede ser que ustedes la hayan leído... se llama "El zahir". Es una moneda de veinte centavos que es inolvidable. El hombre que la ha visto se vuelve loco al cabo de algunas páginas. Es un cuento bastante corto. Y en otra ocasión, partí de una reflexión abstracta también. Pensé en esa admirable invención teológica de la eternidad. Me dije: en la noción de eternidad se piensa que hay un momento, un momento divino evidentemente —no pertenece al hombre sino a la divinidad—, hay un momento donde se encuentran todos los momentos del tiempo, es decir, en un simple momento de la divinidad se encuentra todo el pasado, todo el presente y todo el porvenir. Y bien, pensé en una categoría más modesta que el tiempo, el espacio. Uno puede imaginar, por qué no imaginar, que en alguna parte hay un rincón donde se encuentran todos los rincones del universo, entonces escribí una historia que quizá ustedes han leído, "El aleph": yo no sé si es un buen cuento o no, ya mucha gente lo ha leído y lo han encontrado... legible, digamos.
Y bien, mi punto de partida, en esos dos cuentos, han sido esas dos ideas no muy interesantes, no muy nuevas que yo sepa. Y además hay otra cosa: cada vez que escribí sentí la emoción, la emoción de mi vida: yo creo que no se puede escribir sin emoción. sin pasión. La idea de la poesía como chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una idea falsa. Y además. cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en un hombre de letras esto pide una forma (...)
En La Odisea se lee que los dioses dan desgracias a los hombres para que las generaciones siguientes tengan algo que cantar. Veinticinco siglos después, Mallarmé pensó lo mismo, pero él pensó en términos de un libro, dijo: "Tout abouti à un livre", es la misma idea, la idea de que nuestras experiencias son hechas para el arte, son hechas para hacer otras formas de arte. En este arte encontramos a primera vista que quizá el infortunio es más rico que la felicidad, la derrota es más rica que la victoria. La derrota puede hacernos pensar, mientras que en la victoria se mezclan las interjecciones, la vanidad: entonces el infortunio es mejor. Ciertamente todos tenemos nuestra parte de felicidad y de infortunio: pero la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que el infortunio debe ser transformado en otra cosa. Es decir, el infortunio sería la materia del arte, o también la nostalgia, la nostalgia está ligada a una felicidad perdida, a un paraíso perdido.
Hay un gran poeta en España en el presente, el gran poeta Jorge Guillén, que quizá es el único que haya cantado la felicidad presente. No la felicidad como el paraíso perdido, sino como si él estuviera en el paraíso. Yo no conozco ningún otro poeta que haya hecho eso. Whitman hace lo posible por cantar la felicidad, pero uno siente que él era un hombre triste, solo, y que su felicidad es un deber que él se impuso, que su felicidad es una faena, digamos.
Yo comencé, como todos los escritores, siendo barroco. Eso es una forma de timidez. Comencé siendo sorprendente y genio. En el presente sé que no lo soy. Yo quería ser Quevedo o sir Thomas Browne o Leopoldo Lugones y tantos otros... en el presente yo me resigno a ser Borges. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Parece que, como yo, la gente se ha resignado a esto y yo puedo ser Borges sin correr ningún peligro.
Yo estoy muy sorprendido de encontrarme aquí con ustedes. Es una forma de felicidad a la cual yo nunca había aspirado o en la cual yo nunca habría pensado. Alfonso Reyes me dijo una vez: nosotros publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores. Eso es verdad. Cuando publico un libro lo olvido, lo olvido holgadamente. Cuando me dicen, y es una noticia sorprendente para mí, que hay bibliotecas enteras escritas sobre mí... yo no he leído ni un solo libro... yo continúo pensando en el futuro... pienso que es enfermizo pensar en el pasado, pensar en aquello que uno ha escrito. En el presente, pienso en mis libros futuros. Tengo 83 años, entonces mi futuro no es verdaderamente grande pero, con todo, trato de mirar hacia adelante y no hacia atrás pues eso es enfermizo.
Cuando yo era joven era barroco, buscaba palabras muy antiguas o trataba de forjar palabras: en el presente intento interferir lo menos posible en lo que escribo. Es decir, escribo... dejo la página de lado, la releo al cabo de algún tiempo, suprimo todas las palabras o frases que puedan sorprender al lector. Trato de que eso resbale e incluso estoy obligado a veces a dar esa impresión aunque yo sepa que eso nunca ha resbalado, y a cambiar y a corregir, y a corregir mi corrección, y así de continuo... Pero yo quiero que el lector, cuando lea mis libros (...) los mejores son El libro de arena, El informe de Brodie, La cifra. Son mis mejores libros, se pueden olvidar los otros ampliamente, yo lo he hecho. Yo pienso que alguien que no ha leído nada puede comenzar por La cifra, en la poesía, y por El libro de arena, en la prosa.
En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente. Es decir, yo no tengo estética, no busco los temas, los temas me buscan, yo intento detenerlos pero al final ellos me encuentran, entonces hay que escribir para quedarse tranquilo (...) En ese momento yo publico o no. En general lo hago para quedar libre de los borradores, como decía Reyes. Pero creo que cada tema tiene su estética. Cada tema nos dice si él quiere que lo escriba en verso, en forma clásica, en verso libre, en prosa... creo que la estética es dada a cada tema. Hay temas que exigen una novela, esos no me han visitado, no creo que escriba una novela, he leído pocas novelas, he escrito demasiados cuentos, quizá, y bastantes poemas también. Y, lo repito, intento sobre todo ser legible. No pienso en el lector salvo en el sentido de que intento que la lectura sea fácil y, si es posible, agradable.
Pero quizá he hablado demasiado. Quizá la ocasión, las palabras que he dicho, no son más que un punto de partida para las preguntas. Estaré muy contento de responder a sus preguntas. Les prometo una sola cosa: la sinceridad, no puedo prometer otra cosa además de eso... En fin, amigos, gracias.
miércoles, noviembre 22, 2006
lunes, noviembre 20, 2006
Ser papá
Estoy escuchando esta canción que nació del alma de alguien para su hija.
Estoy aprendiendo que no importa dónde estés, siempre estaré allí y nunca lejos...
Estoy aprendiendo que el océano es siempre cerca y que somos un barco de ternura e infancia.
Estoy aprendiendo que siempre podremos arrullarnos en los brazos de nuestros padres
y que tendremos siempre fuerza suficiente en su amor y cobijo, aunque la vida tarda en enseñarnos...
Que la esperanza de verlos y abrazarlos se obtiene al verte crecer hija y llorar,
aunque sé que tu vida será hermosa e intensa.
Que tu alma puede estar siempre en mi alma
y que tus ojos, aunque muera, tendrán siempre mis ojos...
Estoy aprendiendo que el espíritu de la vida nos ampara y que el día es siempre nuestro.
Que en el principio eras un ángel y ahora eres nuestra vida y sonrisa y desvelo.
Que eres el campo de nuestro futuro y que estaremos vivos siempre en ti y en el corazón.
Que este es nuestro momento y nuestro tiempo, llevando nuestros sueños en el hombro
y nuestras preguntas sobre la compasión y el odio y la caridad y el rencor...
Que habrá milagros después de nuestra vida, como lo eres tú entre tanto.
Estoy aprendiendo que las luces y las oscuridades de nuestro pensamiento
nada tienen que ver con el tiempo de nuestro tiempo juntos
y que aún quedan muchos años y días y segundos en que nuestras manos estarán enlazadas,
a pesar de adolescencias, nuestras y tuya.
Estoy aprendiendo que mirando la lluvia, el verano viene y va
y que todavía en mi otoño, tu primavera estará en mi invierno,
dándome abrigo y ventajas sobre la muerte y que ella no será mientras estés aquí.
Estás aprendiendo a dar amor y estoy aprendiendo a ser papá, todos los días y ya sé y aún no sé...
Estoy aprendiendo a ser tu papá.
Blas Torillo
viernes, noviembre 17, 2006
Quiero creer que estoy volviendo.
Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo
hay tanto siempre que no llega nunca
tanta osadía tanta paz dispersa
tanta luz que era sombra y viceversa
y tanta vida trunca
vuelvo y pido perdón por la tardanza
se debe a que hice muchos borradores
me quedan dos o tres viejos rencores
y sólo una confianza
reparto mi experiencia a domicilio
y cada abrazo es una recompensa
pero me queda / y no siento vergüenza /
nostalgia del exilio
en qué momento consiguió la gente
abrir de nuevo lo que no se olvida
la madriguera linda que es la vida
culpable o inocente
vuelvo y se distribuyen mi jornada
las manos que recobro y las que dejo
vuelvo a tener un rostro en el espejo
y encuentro mi mirada
propios y ajenos vienen en mi ayuda
preguntan las preguntas que uno sueña
cruzo silbando por el santo y seña
y el puente de la duda
me fui menos mortal de lo que vengo
ustedes estuvieron / yo no estuve
por eso en este cielo hay una nube
y es todo lo que tengo
tira y afloja entre lo que se añora
y el fuego propio y la ceniza ajena
y el entusiasmo pobre y la condena
que no nos sirve ahora
vuelvo de buen talante y buena gana
se fueron las arrugas de mi ceño
por fin puedo creer en lo que sueño
estoy en mi ventana
nosotros mantuvimos nuestras voces
ustedes van curando sus heridas
empiezo a comprender las bienvenidas
mejor que los adioses
vuelvo con la esperanza abrumadora
y los fantasmas que llevé conmigo
y el arrabal de todos y el amigo
que estaba y no está ahora
todos estamos rotos pero enteros
diezmados por perdones y resabios
un poco más gastados y más sabios
más viejos y sinceros
vuelvo sin duelo y ha llovido tanto
en mi ausencia en mis calles en mi mundo
que me pierdo en los nombres y confundo
la lluvia con el llanto
vuelvo / quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo.
Mario Benedetti.
jueves, noviembre 16, 2006
Es una tarde...
Es una tarde con los cielos azules tornándose rojizos.
Es una tarde donde puedo ver las nubes abrazándose fuerte, muy fuerte.
Es una tarde con montañas en el horizonte y pájaros en los árboles.
Es una tarde donde el viento descansa cada cuando y su canto me arrulla el alma.
Es una tarde sin Ustedes y me siento solo y lleno de esperanza.
Esperanza por volver a verlas y abrazarlas como lo hacen las nubes,
con sus ojos en el horizonte y los pájaros alrededor de su camino,
con el viento entre su cabello y su canto en un te quiero.
Es una tarde donde mi corazón será rojo cuando las recuerde
y mi esperanza azul, como nuestros sueños.
Es una tarde donde recuerdo sus pasos al dos por uno,
tomadas de la mano como lo que son: Madre e Hija.
Mis dos amores desde siempre y hasta siempre.
Tu
Esposo - Papá.
domingo, noviembre 12, 2006
La sorpresa
Mirarse en el espejo y decirse deslumbrada: que misteriosa soy.
Soy tan delicada y fuerte. Y la curva de los labios conservó la inocencia.
No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya
sorprendido consigo mismo.
Por una fracción de segundo nos vemos como un objeto a observar.
A esto lo llamarían tal vez narcisismo, pero yo lo llamaría alegría de ser.
Alegría de encontrar en la figura exterior los ecos de la figura interna: ah, entonces es cierto que no me imaginé, yo existo.
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Clarice Lispector.
Enviado por mi amigo Gildardo, desde Chapingo.
sábado, noviembre 11, 2006
Soñar...
… no te hará ningún bien,
si te olvidas de vivir
Albus Dumbledore.
De Harry Potter y la piedra filosofal.
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J. K. Rowling
miércoles, noviembre 08, 2006
Milagro
Mi sangre es el milagro que viaja por las venas del aire,
de mi corazón al tuyo.
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Frida Kahlo (1910 - 1954)
Pintora mexicana.
martes, noviembre 07, 2006
Otro... distinto
Es muy noche y siento unas ganas tremendas de escribir.
Otra vez, como hace ya muchos años, muchos ayeres dicen en las canciones cursis, esas que me gustan y que sigo escuchando, por las que dicen que yo también soy cursi.
No sé si ya perdí esa capacidad de escurrir mi sentimiento en el papel, aunque ahora sea en un teclado. Esa capacidad de condolerme de mí mismo y de sufrir como he sufrido.
No sé si eso pueda perderse alguna vez o seguimos siempre a disposición del dolor y del quebranto y de la lástima por uno mismo.
No sé (¡qué raro que use esta expresión!), no sé digo, si la vida ya no tiene tiempo. A veces siento miedo de la edad, de sentirme viejo antes de tiempo y de no sentirme joven desde ya. Las canas se me echan encima como abejas africanas, pero flacas y blancas, y comienzan los dolores de los huesos, ligeros, casi nadas, como pájaros lejanos que apenas si se ven en cualquier atardecer contra el Popocatepetl -no me gusta decirle Don Gregorio, como dicen que le dicen los viejos que viven en sus faldas, que debieran ser pantalones porque es hombre y Popoca es nombre de hombre-humo o de humo-hombre, como el que ha fumado y ahora quiere sus pulmones de regreso y le reclama a Philip Morris, un yupie que fue chavo banda ¿o no?-.
Me da miedo la edad, siento miedo por esos años que ya no tengo y los que se han ido, como canciones viejas que ya no recuerdo cuando quiero, sino hasta que por casualidad algún programador de radio las programa -¿qué otra cosa podría hacer un pobre programador de radio?- y me ensanchan los lagrimales o la nostalgia por amores que no fueron, por veranos que no se presentaron como yo pedí, por playas o arboledas que no venían como decía en la carta del restaurante de la juventud, aunque no sé si de mi juventud -¡y para colmo no me dieron garantía!-.
Ahora escucho música de entonces y otra que nunca antes se paró en mi oreja y me gusta, pero no me gusta estar aquí solito, escribiendo como con ganas de llorar y de dormir.
Dice la canción que alguien será mi amigo siempre para que no tenga que viajar sólo y solo.
A veces las recuerdo a todas ellas, no a las canciones sino a ellas, con sus besos que no me dieron, por que los que me entregaron en hum-edades nocturnas o de parque o bajo la lluvia, esos los tengo en la memoria, aunque a veces no me acuerde de ellos. Quizá no me conviene o no quiero recordarlos porque duele -¿dolerán los besos, aunque sean de amor o aunque sean en tiempo pasado, copretérito digamos?-.
Otras tardes o noches como ésta, recuerdo y me atormeta y más bien quiero hacer cosas nuevas, no porque tenga aún mucha energía, que parece que toda me la quitó mi hijita, sino porque aún tengo muchos huecos en la mente y debo llenarlos con recuerdos y no tengo suficientes. Sólo es eso, un afán de llenar huecos porque nunca me ha gustado estar vacío y ahora así me siento, cantando canciones de amor que alguna vez significaron algo y que ahora no entiendo ni porque estén en inglés.
Hace poco me invitaron al amor y tuve miedo -¡vaya, qué manía!- de no ser capaz de estar con ese amor y hacerlo y ahora no sé qué más debo escribir porque me duele la ingle derecha por esa invitación.
(El corazón me late aprisa, como queriendo dormir pronto, y recuerdo una noche en Guadalajara en una disco y otra en León y lo que recuerdo es que no me gustan las discotecas, porque nunca he podido platicar en ellas ni nunca pude ligar una muchacha como hacen todos los que se dicen normales. Si esto se viera en una concha de Veracruz o de Acapulco o en un jarrito de Tlaquepaque diría: Recuerdo de las discotecas visitadas, por la música que acompaña estos teclazos).
Ahora mismo recuerdo una película -Gente como uno, Ordinary people, en inglés- que me llamó mucho la atención y que no tiene que ver con los párrafos de arriba. Es una historia simple de una simple familia americana, pero me acordé porque lo que quiero es no ser extraordinario porque cansa pretender ser extraordinario y no quiero estar cansado.
Pienso que ya son muchas tonterías (babosadas iba a escribir, pero mejor que quede tonterías), pero todo esto es importante porque no quiero dejar de ser quien soy, aunque sé que ya no soy el mismo, soy distinto y nuevo, aunque viejo y casi dormido, aunque en lo mejor de la edad, en la mejor edad: los 38 primeros años de mi vida. ¡Salud!, ¡Vale!, ¡Viva la vida!, ¡Vámonos a dormir -mi alma y yo-, porque ya es tarde y mañana es domingo!
Blas Torillo (Cuando cumplió 38, y lo viene a publicar ahora, a los 46).
jueves, noviembre 02, 2006
El Burro y la Flauta
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.
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Augusto (Tito) Monterroso.
La oveja negra y demás fábulas.
Fondo de Cultura Económica / Conaculta. 1991
miércoles, noviembre 01, 2006
Charlie (Cuentos de la guerra)
Eres bueno para tirar con esa pistola, hijo.
Eso dijo su padre el día que fueron a cazar, como regalo de diez años, y no lograron más pieza que un maravilloso día en compañía uno del otro, y la oportunidad, antes de que cayera el sol, de hacer unos tiros a un blanco inmóvil a unas 100 yardas.
Charlie… Charles, era también el nombre de su padre, quien le había puesto el mismo nombre a pesar de las burlas de sus amigos, porque en la Guerra de Vietnam de la que era veterano, a los norvietnamitas les decían así: charlies. Pero a él no le importaban los amigos de su padre, siempre que éste tuviera tanto tiempo para darle y compartir.
Cuando nació, a mediados de los años 70, la guerra había terminado, su padre se dedicaba a hacer trabajos manuales y a cobrar la pensión militar y su madre, Sandy, procuraba rodearlo de un mundo sin violencia, objetivo difícil si se vive en el país que ha participado en más guerras, solo o en coaliciones, en los últimos 50 años.
Para Charlie, hijo único y un idealista de atar, solitario desde el suicidio de su padre poco después de que cumplió doce años, ser estadounidense era lo mejor que le podía pasar a alguien: Uno de los más altos niveles de vida del mundo –al menos en la parte de Estados Unidos que le tocó vivir-, con acceso a las mejores escuelas, hospitales, parques de diversiones, cines y salas de videojuegos, viviendo en un barrio sin pandillas de negros o de latinos o de chinos, en el norte de California, a unas horas de las estrellas de Hollywood, y muy cerca de la más cosmopolita ciudad del mundo: San Francisco, a pesar de lo que dijeran los neoyorquinos.
Sí. Eso era lo mejor que le podía ocurrir a alguien. Al menos a alguien como Charlie.
La escuela elemental y secundaria pasó sin pena ni gloria. Estudiante mediano, que no mediocre; deportista nato, aunque con ciertas excentricidades como preferir jugar tenis de mesa que fútbol; sin mucho interés por las chicas, excepto Winnie, un año menor que él, pero enamorada de otro; prefería las clases de matemáticas que eran especialmente atractivas para él y de vez en cuando la clase de historia de los Estados Unidos. Negado para la literatura o para la biología, decidió aplicar para una escuela técnica, de donde le surgió la idea de volverse ingeniero en sistemas.
La cibernética en esos días era una curiosidad científica, más que una herramienta de trabajo general, pero a él no le importaba. Había decidido ser ingeniero y probar suerte en el área de computadoras. Pero desde la muerte de su padre, la vida no era la misma. Además su madre invirtió mal algunos ahorros y su economía familiar estaba de capa caída. Así que quedaba sólo una opción: ser ingeniero militar y de allí, ver si podía brincar al área de las computadoras.
“Enrólate -decían los anuncios del ejército y de la marina-. Vivirás experiencias de verdad y tendrás la oportunidad de trabajar y pelear por tu país y por la libertad”.
Pero no decían nada ni del trabajo con computadoras ni, sobre todo, de la difícil vida de un veterano de guerra. Él lo sabía porque muchas veces había escuchado a su padre platicar, bajo los efectos del alcohol, las tristes y cruentas historias de cuando estuvo en los campos de batalla en Vietnam. Además, se trataba de una guerra que los Estados Unidos habían perdido, aunque entonces nadie quería recordar eso. Y menos ahora que estaba tan fresco el fracaso de la Tormenta del desierto, en que no habían podido ni derrocar ni matar a Sadam Hussein, antiguo aliado de los americanos en la guerra contra Irán, pero ahora terrorista de estado y enemigo declarado del país y de su pueblo.
Aunque no quedaba nada claro, estudiar en el ejército era la única opción que le quedaba, porque ya no tenían más dinero y era trabajar en cualquier cosa o ser militar. Sus sueños fueron los que decidieron.
Optó por el ejército porque había una unidad muy cerca de su casa y, en cambio, la marina tenía su sede más próxima con posibilidades de estudiar algo relacionado con la cibernética, en San Diego. Muy al sur. Tanto que era casi México y allí habría más latinos que los que podía soportar.
Y no es que fuera racista, pero si no sabía cómo comportarse con alguien de su tipo, menos con personas que no tenían el mismo origen o la misma cultura o que no comprendían que él era ligeramente superior por haber nacido aquí, de padres que nacieron aquí, de abuelos que no eran inmigrantes… es decir, un poquito mejor. Cosa de la que él no tenía la más mínima culpa.
Así que entró al ejército y comprendió un poco mejor a su padre, que hablaba no sólo con emoción de sus días allí, sino con respeto y orgullo. Estar en el ejército era difícil, sí, pero nada que no pudiera soportar. Algunos de sus superiores eran incluso más considerados que el coach del equipo de fútbol o que la maestra de música de la secundaria.
Estar más de cinco años allí le pareció una eternidad, pero no se veía trabajando en otra cosa, viviendo en otra parte, haciendo algo distinto. Así que se quedó. Siguió ascendiendo en el escalafón militar y de pronto se dio cuenta de que tenía privilegios que su padre ni siquiera soñó, en parte porque nunca pasó de ser sargento y en parte porque ahora la situación del ejército era inmejorable. Más protectora de los suyos que en tiempos del presidente Reagan, lo que ya es mucho decir.
Los militares de alto rango habían pasado de los campos de batalla al campo de la guerra de los negocios y de allí a las altas esferas del gobierno. El presidente Bush Jr., era incluso mejor que el padre. Y lo mejor es que comenzó a prometer que llevaría al país a lugares insospechados de liderazgo y conducción del mundo. No era sólo la idea de mantener una economía estable, como con la presidencia anterior, sino de volverse el faro de la humanidad.
Justo cuando mejor le iba en su carrera, siendo un ingeniero destacado y joven, experto militar en sistemas, ocurrieron los lamentables, inexplicables y mortales acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Y entonces sintió que de algún modo alguien tendría que pagar por ello. Nadie supo entonces que el enemigo pasaría de un nombre a otro y a otro, hasta sumar muchos: Todos los que no estén del lado de los Estados Unidos, estarán en su contra, dijo el presidente Bush.
Así que cualquiera podía ser el enemigo. Desde Osama Bin Laden, hasta el más insignificante soldado de algún país perdido en el mapa, cuyo gobierno no se hubiera manifestado abierta, pública y decididamente del lado de los americanos.
Después del fracaso, otro, en la búsqueda, captura y juicio, si quedaba vivo, de Bin Laden, el presidente encontró evidencia de que detrás de todo esto estaba –también- Sadam Hussein, el dictador iraquí, que había sido capaz de matar a su propio pueblo, cosa reprobable y que justificaba también incluirlo en la lista de los enemigos.
Pero sobre todo, si era verdad que había estado detrás de los atentados de Nueva York, se justificaba desde luego la presión y urgencia con que el gobierno buscaba que la ONU le autorizara atacar a Irak. Los ingleses se colocaron de nuestro lado desde el principio y también, un poco sorpresivamente, España y un puñado de países, pero había una fuerte resistencia del lado de otras potencias nucleares. No es cualquier cosa que Francia, Rusia y China te digan que no puedes hacer algo.
Incluso aliados históricos o económicos, estaban dejándonos de lado. Pero nuestro gobierno fue cada vez más congruente, y exigió que derrocáramos al régimen del dictador. Si no se podía acompañados, lo haríamos solos.
La guerra, esta guerra, promete ser la venganza del 11 de septiembre, de la derrota de Vietnam y de la derrota de La tormenta del desierto… No queda más que hacerla para resarcir un poco las heridas, pero sobre todo para realmente poder implantar la democracia auténtica en el mundo, y no simulaciones o caricaturas de democracia.
Así que vamos a participar. ¡Vamos a ganar, Vamos quitar a Hussein! Charlie se embarcó con entusiasmo en esta aventura. Diez años en el ejército no le habían dado la oportunidad de demostrarle a la memoria de su padre que él también podía ser un estadounidense valiente y útil a su país. Servir a los Estados Unidos es mejor y tiene más impacto si se hace en el frente de batalla y no nada más desde un escritorio, frente a la pantalla de una computadora.
Vamos a ganar, dijo el presidente Bush y Charlie lo creyó. Así que cuando llegó con su destacamento a Kuwait, donde se estableció su unidad para partir de allí hacia Bagdad, lo hizo con entusiasmo, casi con alegría. La guerra sería rápida y regresaría a casa como un héroe. Sandy, su madre, estaría orgullosa y quizá hasta se decidiera por fin a pedirle a Karen, teniente en otra división, que se casara con él.
Los preparativos duraron hasta que las negociaciones en la ONU terminaron. Cuando el presidente dijo que no presentaría una nueva propuesta de resolución sobre Irak en las Naciones Unidas, entendió, con todos sus compañeros que la guerra empezaría pronto. Estaba realmente emocionado. Quería ya salir a pelear, porque la espera de casi dos meses, entrenando en el desierto, sin saber siquiera con seguridad si habría guerra, solamente habían inyectado en él y en todos los demás, esa adrenalina de efectos lentos pero efectivos, que invita ya a pelear.
Hasta que llegó el día. Charlie estaba asignado a un helicóptero de combate que sería de los primeros en partir al frente… estaba a cargo de las telecomunicaciones del aparato y se hacía ilusiones de ser el primer soldado que gritara haber visto al enemigo o el primero que descendiera en el centro de Bagdad, luego que las fuerzas en tierra hubieran tomado la ciudad.
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“Eres bueno para tirar con esa pistola, hijo -le dijo su padre casi dos décadas antes. Quizá puedas dedicarte a cazar en tus tiempos libres y salgas con tu hijo en el futuro y repitas este día fantástico, sin atrapar siquiera un conejo. Pero no te vuelvas soldado. No porque serlo sea una vergüenza, sino porque lo único que conoces del futuro es que morirás antes de tiempo”.
Cuando su padre se suicidó, creyó comprender el sentido de esas palabras, pero se dio cuenta de lo que en realidad querían decir, cuando su helicóptero empezó a caer, sin haber hecho un solo disparo contra el enemigo, en lo que después se calificaría de lamentable accidente. Cuando se dio cuenta de que se reencontraría con su padre y con sus palabras, antes de tiempo. Cuando supo que su madre tendría que verlos reunidos otra vez, a su padre y a él, en el cementerio militar, lamentando el mundo violento que quiso evitarle, y que la privó de su familia antes de tiempo.
Sólo comprendió a su padre, unos segundos antes de morir.
Blas Torillo Medrano.
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Los hechos:
La Jornada. 21 de marzo de 2003. Robert Fisk, enviado del diario The independent.
En Bagdad arden edificios, pero la elite gubernamental dice que no pasa nada
Ve la fuente original aquí.
"... El escenario: la villa anexa al Ministerio de Información, en la ribera del río Tigris, presidida por un retrato enmarcado de Saddam Hussein. La hora: poco después de la una de la tarde, mientras las televisiones vía satélite del mundo anunciaban la inminente captura del puerto de Umm Quasr por infantes de Marina estadunidenses, la caída accidental de un helicóptero estadunidense con pérdida de 12 vidas, y mostraban imágenes de hombres vestidos con uniformes iraquíes rindiéndose a tropas británicas."
lunes, octubre 30, 2006
Amor eterno
Desde niño aprendió a callar cuando podían lastimarlo y por eso se quedó callado para siempre. Era frágil y solitario y enamorado y podían dañarlo fácilmente y la vida lo llevó poco a poco a no dejarse sentir y a no sentir.
Cuando tenía cinco años quiso besar y no pudo y le llevó un año completo aprender, no a besar, sino a perder un poquito sus temores. Fue a los seis cuando al fin dio el primer beso y saltó de gusto, pero sólo un rato porque no debía dejarse ver para no ser lastimado.
Luego, a los ocho, conoció a su primer y verdadero y para siempre amor y casi lo logró, porque la quiso hasta siempre, cuando cumplió los trece. Ella lo supo ya muy tarde, cuando su hermano lo correteaba para pegarle de veras o para pegarle nada más un susto que fue lo que pasó; pero ella no supo quererlo porque fue demasiado tarde cuando notó su presencia siempre silenciosa, una tarde de primavera y él no supo decirle cuánto la amaba o la había amado o la amaría y se quedó callado para no ser lastimado.
Cuando eran los catorce, volvió a amar para siempre y esta vez hasta ahorró dinero para un disco, unos juegos de la feria, unas flores y unos cigarros. Quería impresionarla, pero fue más bien él quien quedó como la quería a ella, porque después de unos juegos (con la amiga de ella de invitada, sentada entre los dos), la abusiva se despidió y ni tiempo hubo de decirle que la amaba o que quería besarla y aprender a besar mejor. Ni tiempo de cantarle una canción desafinado o de decirle de sus ojos o de jugar con su pelo o con sus labios. Ni tiempo para ver si su cintura le venía en las manos. Pero, que le va uno a hacer, si así es la vida. Uno puede magullarse un poco el alma, que los demás ni se enteran.
Creció un poquito, pero en amores seguía siendo un novato (¿como todos?) y llegó el turno de amar por tercera vez y para siempre. Nada más que esta vez era demasiado bella y nadie se atrevió a enamorarla o por lo menos a quererla. Fue la primera vez que él fue todo deseo y sólo eso. Nada más eso. Ni Platón se atrevería a cuestionarlo a él o a sus amigos. Ella se fue y se casó con el primer aventado de la fila y tuvieron un hijito y fueron felices para siempre, como el amor que él sintió por ella y como en los cuentos de hadas y en las telenovelas. Quedó demostrado que al que no habla también puede lloverle un temporal en su milpita.
Ya eran muchas cicatrices cuando viajó a la tierra de las oportunidades y allí volvió a amar para siempre, ahora sí de veras, y dejó su amor secándose en una tendedero junto al río. Ella se llamaba como se llamó y así quedó el nombre en su cerebro para siempre, tal como fue el amor de esta vez y allí sigue en su cerebro, pero sólo el nombre junto a la vista de unos besos en el sillón de su casa, con su mamá dormida en otro cuarto y su primera vez de amar con la carne, basado en la carne, la de ella y la de él. A veces piensa en ella y se le asoman unas lagrimitas por los ojos para ver qué está escribiendo y se resbalan y se mueren en el piso o en la libreta o en el teclado, depende qué esté escribiendo.
Después, a ella la conoció como había conocido a tantas otras, y ya todo un egresado de la uni, la vida fue un lamento porque ella se metió de monja y él no pudo verla más. Fue una forma de suicidio dijo el psicoanalista y él le creyó porque ya lo había intentado antes, no ser monja sino matarse, sin lograrlo. Una vez hasta se vistió él de payaso para la fiesta de un sobrino de ella, y mira que esa sí era una verdadera prueba de amor eterno, porque no era fácil vestirse de payaso cuando se había sido lo mismo de otro modo y sobre todo con el propio disfraz que se parecía tanto a la piel y al que se le notaban las heridas y los silencios necesarios y las lágrimas pa’ dentro.
Años después (¿o serían unas semanas?), ella, otro nuevo amor eterno, se apareció en su vida y preguntaba y preguntaba y hablaba y se acariciaba el pelo y él, sin remedio, se enamoró otra vez y para siempre. Como tantas otras veces, lo intentó y ahora sí pudo, por lo menos un ratito. Hasta un hijo se dieron mutuamente y la vida parecía definitiva... total... eterna... feliz... maravillosa... cansada... aburrida... monótona... siempre igual. Si volvía a hablar, seguro saldría lastimado nuevamente. Y él se dijo que así era el amor que es para siempre.
Se dijo que si... ¿qué así es el amor que es para siempre?
No pudo más y el alma se le escapó del pecho buscando, no sé qué, pero buscando.
Tenía demasiado amor eterno entre medio de las costillas y a punto de saltarle entre los dientes y no había nadie allí para recibirlo.
Incluso, pensó, podría dárselo a su hijo y no tener que buscar más. Eso pensó, pero era realmente imposible. El hijo no sabía qué hacer con tanto amor y lo desperdiciaba y volvía a desperdiciarlo y lo tiraba al bote de la basura o al cubo de sus pañales sucios y el amor se desbordaba y nadie sabía qué hacer con él. Y eso duele, ¿verdad? ¿a poco no han sentido lo que duele el desperdicio del amor? Todo el amor que tenemos escondido y que no sirva para nadie es verdaderamente tonto.
El tiempo pasó y ya maduro él (así le dijeron en la calle), encontró un pecho dispuesto a hacer algo con tanto amor y aceptó un nuevo amor, esta vez para siempre, como antes. Ella, ahora una señora, entonces era una niña, digo comparando. En sus cincuenta él y ella en sus veinte, la vida les pareció un regalo y trajeron al mundo más enamorados. Eran felices y cuando él pareció hartarse otra vez y pareció comenzar a buscar otro nuevo amor sin final y pareció que quiso decírselo a ella porque pareció que quería cambiar (parecía que quería por una vez en su vida no ser lastimado, aunque le pareciera que fuera a lastimar), en lugar de seguir pareciendo, pereció.
Finalmente, cuando por fin se decidió a hablar, se murió y como a los muertos no hay quien los defienda y ya que desde niño aprendió a callar cuando podían lastimarlo, pues se quedó callado para siempre.
Ella sí lo amó hasta la siguiente eternidad, donde encontró dónde refugiar sus conocimientos del amor: otro corazón, pero ahora más joven, no que el muerto, sino que ella.
Y es que sí existe el amor que es para siempre. No tengo duda de ello.
Blas Torillo.
viernes, octubre 27, 2006
Besarte
Escribir por tus ojos, de tus ojos, a tus ojos.
Escribir que me miran
me recorren
me detienen.
Decirte que son lindos
Decirme que lo son , tan sólo porque me gustan.
Poder hablarte a los ojos
escucharte.
Poder mirarte a los ojos.
Morir atado en tus ojos
Matarnos
Nacer los dos en nuestros ojos
Besar tu boca
Así, ya no ver tus ojos.
Blas Torillo.
Escribir - sembrar
En este momento y en este espacio que nos tocó
Uno siembra nomás
Escribir es sembrar
Leer es cosechar
Si estás ahí... cosecha.
Uno siembra nomás
Escribir es sembrar
Leer es cosechar
Si estás ahí... cosecha.
lunes, octubre 23, 2006
Abed (Cuentos de la Guerra)
Este es el primero de cinco cuentos que publiqué cuando comenzó la guerra en Irak (la segunda).
Quiso ser policía desde pequeño. Los uniformes, la marcialidad, los héroes, las leyendas.
Ser policía en su ciudad era además la oportunidad de hacer que sus creencias fueran respetadas. Ya en la infancia era obvio que no se trataba nada más de cuidar el orden ese de no robar y de no matar, sino de lograr que la gente se acercara a Dios por gusto o por el reverente temor a lo divino… y al castigo humano.
Ser policía en Bagdad era la inmejorable oportunidad también de mejorar su condición de pobres. Muy pobres. Su padre, comerciante de granos en el mercado de las afueras de la ciudad, trabajaba mucho desde el amanecer. Antes aun de la oración de las cinco preparaba sus cosas y separaba el dinero: la mitad para los gastos de la casa y la familia y la mitad para comprar granos a Mohamed, el mayorista. Pero no había cantidad que alcanzara aunque él, su madre y sus cuatro hermanos menores comieran poco y vistieran de viejo.
Sus cuatro hermanos, de los cuales Tarek, el más pequeño era el que más lo seguía e imitaba.
Su madre tenía nombre de princesa de cuento: Sherezada. Pero ella no contaba cuentos para salvar la vida cada noche, sino que a escondidas de su padre, aprendía a leer y a escribir y, por unos centavos, cosía y reparaba ropa ajena. Esto, de haberse sabido, habría causado el repudio del padre por razones que no tiene caso contar.
La fortuna y el trabajo de sus padres sin embargo, permitió que al menos Abed pudiera ir a la escuela donde aprendía los secretos de la lengua, del estado y de la religión. Además desde luego, de dejarle soñar con su uniforme y su rifle y de cómo iba a ser el más celoso guardián del orden urbano y de las almas.
Abed creció con sueños y penurias, como cualquier niño-joven pobre de ciudad. De cualquier ciudad del mundo.
A los 14 pidió por primera vez que lo dejaran ser policía, pero no lo aceptaron más por falta de influencias o de dinero para repartir que por la edad. Los 14 eran signo de hombría, pero no le daban la capacidad de corromper –aún más-, unas cuantas manos que le dejaran contratarse al servicio del Estado, y por supuesto, de Sadam, el Único.
Como desde los 10, en que aprendió a leer y a escribir además de la aritmética elemental, después del rechazo continuó trabajando con su padre, levantándose un poco antes de la oración matinal que saluda a Alá con el nacimiento del sol, acarreando sacos del almacén de Mohamed al pequeño local en las afueras, justo antes del principio del camino que lleva al sur…
El Sur. Incluso cuando se acostaba después de cenar y charlar un poco con su madre y de jugar un poco también con sus hermanos, incluso entonces pensaba en el sur, porque allá estaba la otra posibilidad: o era policía en Bagdad o sería marino. Para alguien que jamás ha visto el mar, este era un sueño todavía más difícil de lograr, que el de enrolarse en la policía.
Podría haber sido soldado, pero eso sí lo atemorizaba. Había vivido recién unos meses antes de salirse de la escuela, los horrores de la Guerra Santa contra los americanos y le daba miedo ser soldado. Su padre también había peleado contra los iraníes infieles años antes y le contaba del miedo y del olor a pólvora y a sangre y a muerte y de las terribles visiones de niños y jóvenes cayendo a su lado, muertos o heridos y de la insufrible culpa por no haber muerto como y con sus compañeros de batalla.
Ser soldado era la seguridad de matar y ser matado sin saber bien a bien por qué, porque no todas eran Guerras Santas –Jihad-, y por eso no todas garantizaban un lugar en el cielo.
Era mejor ser policía o marino. Y puestos a escoger, pues lo primero era más fácil: sólo había que cumplir la edad de volverse hombre y embarrar unas cuantas manos de burócratas pobres como todos, pero con algunos pequeños privilegios, como el de decidir quién y quién no podía ser policía.
Así que juntó dinero y un día antes de cumplir quince se presentó de nuevo, con el nombre de alguien importante que le había dado Mohamed, el mayorista, anotado en un papel, y finalmente lo aceptaron, después de los breves exámenes físicos y sobre la ley, y el extenso interrogatorio sobre El Corán y el Estado Irakí. Logró ser policía a los 15 más tres días, y desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a su nuevo trabajo. Y no era un mal policía igual que no era un mal hombre.
Abed, el de los barrios sureños de Bagdad, era un joven devoto y cumplía sus obligaciones religiosas con más empeño que las familiares. Sin dejar de cooperar en las labores de la casa y en la manutención de sus hermanos, se integró a un pequeño grupo de estudiosos de las Sagradas Escrituras y ponía en práctica todo lo que aprendía, tanto en su trabajo, como en su casa. De este modo, sin ser un experto, comprendía bastante mejor que cualquiera de su familia o de sus amigos del barrio lo que Alá dice a través de su Profeta Mahoma.
Reservado y práctico, Abed sentía un gran amor por la vida, y sin apasionarse de más, buscaba que sus semejantes vivieran de acuerdo a las leyes divinas y humanas. Eso era lo que decía que debía ser un buen policía. Y él lo era: lo mismo le llamaba la atención a un adolescente rijoso, que atrapaba a un delincuente y lo llevaba frente a la justicia, ayudado de su compañero de turno y su mejor amigo.
Mehmed, con un nombre público árabe, tenía en secreto un nombre cristiano –Pedro-, por la importante influencia de su abuela paterna, quien vivió unos años en Filipinas y coqueteó con los católicos de allá, especialmente con uno. De esa relación nació el padre de Mehmed. Toda esta historia sería imposible de saber si uno no fuera el mejor amigo del depositario de tan peligroso secreto.
Abed y Mehmed construyeron al amparo del trabajo en la policía, una amistad que les alimentaba el mutuo convencimiento de poder colaborar con Sadam, el Más Grande, a construir un mejor Irak. Casi en el anonimato, los dos comprendían bien que el embargo y el bloqueo que sufrían por parte de los ingleses y los americanos, no iba a terminar jamás o al menos no hasta que los enemigos del pueblo se hicieran con el control del petróleo.
Así que había que vivir con eso y dentro de esa circunstancia, hacer todo lo posible para que la gente viviera mejor y de acuerdo con El Libro.
Un día se enteraron que los americanos habían vuelto a poner los ojos en ellos, con ese odio que Abed nunca comprendió. Habían vuelto a mirar a Irak como botín o como destino frustrado de una guerra perdida doce años antes, cuando Abed era un niño de 10 y Mehmed un jovencito de doce.
Supo Abed que los americanos querían ahora también el agua e imponer un gobierno leal a ellos, en lugar del de Sadam, el Victorioso. Un gobierno que fuera modelo para los demás países de la región y del mundo, según el gobierno de los americanos. Del mismo modo que lo había sido el de Irán en los tiempos del Sha, o como ahora querían serlo los de Turquía o de Kuwait.
Supo Abed que otra vez habría guerra –aunque comprendió de pronto que nunca había terminado la anterior-, y que toda su vida no había sido más que un sueño a medias, porque ser policía no es lo mismo si se está en guerra.
Lo que Abed no supo nunca fue si algún día se casaría y tendría tantos hijos como Alá decidiera para él; o si su madre extrañaría cada día más a su padre muerto hace dos años; o si sus hermanos aprenderían por fin a leer y a escribir; o si Mohamed, el mayorista, dejaría de ser el usurero de siempre o se arrepentiría ahora que casi ya no vendía y estaba viejo, cansado y solo.
No pudo saber si Mehmed cumpliría su propio sueño de viajar algún día a Roma, para conocer la tumba del dador de su nombre prohibido, además de ir a la Meca, como buen musulmán. No pudo saber si Sadam, el Invencible, derrotaría por fin a los americanos en esta nueva-antigua guerra y si Irak podría ser libre al fin.
No pudo saberlo porque la noche del 21 de marzo de 2003, hacía guardia en el edificio de la policía en Bagdad, deseando con todo el corazón ser policía sin volverse soldado, y muerto de miedo por las bombas que se oían cada vez más cerca y muerto de rabia por no poder hacer más que refugiarse donde se podía y sintiendo sólo un poco de alegría y serenidad porque Mehmed había enfermado y no pudo ir a trabajar ese día, y porque a Tarek no lo habían aceptado en este trabajo por no tener al menos 15 años, la edad en que Abed, el policía, había empezado a serlo.
Blas Torillo.
sábado, octubre 21, 2006
A mi amada quincena
Por fin llegaste hoy amada mía,
mis manos te tendrán sólo un momento,
para luego sufrir el cruel tormento
de que te esfumes este mismo día.
Marcharás prodigando tus favores,
a esa gente que rige tu destino,
el lechero, la cuenta del vecino,
y a todos los feroces cobradores.
Con ansia loca y afán desesperado,
quince días espero tu regreso.
Y al llegar nada más te doy un beso,
y vuelves a alejarte de mi lado.
Yo quisiera que fueras más gordita,
que no tuvieras tantos pretendientes,
que no te torturaran tantos clientes,
para poder gozarte completita.
Anónimo.
miércoles, octubre 11, 2006
No hace mucho tiempo
No hace mucho tiempo
que las letras se revuelven en mis manos
porque aunque no parezca
tengo todavía poemas en los ojos.
Cuando los amigos parecen desaparecer
cuando los viejos mueren y los niños juegan
cuando es difícil decir lo que uno siente
Me encuentro tus ojos escondidos
Tus ojos que desde hace años me dicen lo que veo.
No es fácil este negocio de la vida
no siempre se tienen todas las monedas
ni todas las respuestas y muchas cosas son fantasmas
pero tus pies están allí para hacer caminos
tus pies que van dejando huellas que yo sigo
Quizá el amor es diferente,
un poco ralo y un poco más calmado,
quizá los besos son distintos,
pero allí sigue tu boca que me dice que prosiga
que me explica cada día la vida, que me besa...
Podría pensar de más y hacer más libros aún,
podría estar pensando que pienso y sintiendo que siento
podría verme en el espejo y verme más viejo,
mas tus manos están allí para decirme
que el mundo es más que letras, que tomándonos las mismas
no hay viento que nos separe, sino sueños que nos unen.
La oscuridad es a veces mala consejera
y la soledad es temor y el dolor es soledad,
pero estando juntos, como estamos,
podemos aprender a amarnos cada día
como hasta ahora,
podríamos aprender a seguir siendo tú, mi esposa
y yo, tu compañero.
Blas Torillo.
Olas y arena
Que mejor prueba de resistencia que la de la arena:
Resiste y resistirá por siglos los golpes de las más poderosas olas.
¡Que mejor ejemplo de perseverancia que el de las olas!
Blas Torillo.
Mosquito maldito
Cómeme, maldito, pinche mosquito.
Aquí estoy en el paroxismo del "dar"
Cómeme maldito
¡Ah, pero no me piques... !
¡Cómeme si puedes!
Blas Torillo.
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